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Lima, Peru
Filósofo e historiador. Nace en España en 1937 y llega al Perú como jesuita en 1957. Formación: humanidades clásicas y literatura, filosofía e historia. Especialización sucesiva: narrativa latinoamericana, filosofía moderna, filosofía de la existencia, historia de la emancipación peruana, pensamiento lukacsiano, historia de la ingeniería peruana y filosofía de la interculturalidad Profesor de la UNI (y rector 1984-89) y otras instituciones académicas en Perú, Budapest, Brasil y Túnez. Autor de 26 libros, 70 colaboraciones en obras colectivas y 150 artículos en revistas. Actualmente dirige el Centro de Historia UNI y es profesor de postgrado en la Universidad Nacional de Ingeniería. Participa activamente en el debate intelectual peruano desde la sociología de la literatura, el marxismo lukacsiano, las perspectivas postmodernas y la filosofía de la interculturalidad. En su libro "Adiós a Mariátegui. Pensar el Perú en perspectiva postmoderna" propone, como horizonte utópico de la actualidad, la convivencia digna, enriquecedora y gozosa de las diversidades que enriquecen a la sociedad peruana. Contacto: jilopezsoria@gmail.com

9 mar 2013

Gustavo Gutiérrez: un peruano papable


José Ignacio López Soria

Lo peor que le puede ocurrir a la alicaída y vapuleada Iglesia Católica es,  como ha sostenido Juan Arias (La República, 24/02, p. 22), elegir al nuevo papa mirando hacia atrás, es decir, escogiendo a un cardenal que se encargue de acabar con pedófilos y traficantes.  Estas especies y otras de la misma ralea abundan, por desgracia, en la “Santa Madre Iglesia”, y, al parecer, no faltan en el seno mismo del privilegiado cuerpo de electores, los cardenales.

Nadie de sano juicio duda de que esa operación de “limpieza moral” sea absolutamente necesaria, pero ¿es, acaso, suficiente? Como cualquier institución con vocación no solo de permanencia sino de presencia significativa en el aquí y el ahora, lo que la Iglesia necesita con urgencia es aggiornamento, ponerse al día, atreviéndose, como lo hicieran Juan XXIII, el Concilio Vaticano II y la Teología de la Liberación, a asumir los retos que plantea la compleja actualidad a la creencia. Si el diálogo fecundo con esta problemática, en perspectiva portadora de valores, se convirtiese en ideal de la comunidad cristiana, lo otro, la curación de los males que afectan a la Iglesia, sería visto como un expediente necesario pero no suficiente para que la lucha por ese ideal tenga credibilidad y eficacia.

Si este giro de la perspectiva -de la curación al aggiornamento- predominase en la elección del nuevo pontífice, la comunidad cristiana, desde fuera de la capilla Sixtina, y los cardenales electores, desde dentro, deberían pensar en un papa capaz de dialogar fructíferamente con el mundo.  No se trata, sin embargo, de “ponerse al día” para reconciliarse con la actualidad y “sacralizar” la violencia de que ella es portadora en demasía. Lo que está en juego en el aggiornamento es recuperar para la creencia la potencialidad crítica y propositiva que le viene a la comunidad cristiana de un mensaje poblado de valores y heredado de la tradición pero, también, dispuesto a enriquecerse y abierto a nuevos horizontes de sentido. Explorar qué tendencias, en estos nuevos horizontes, apuntan a una convivencia justa, digna y solidaria entre los hombres y de ellos con la naturaleza es algo que la teología, la pedagogía y la práctica del aggiornamento  tendrían que cultivar con esmero.

Yo no sé si hay, acaso, entre los cardenales alguno que tenga la legitimidad, la disposición y la capacidad necesarias para embarcarse en este difícil emprendimiento. Lo que sí sé a ciencia cierta es que para ser elegido papa no es necesario ser cardenal ni obispo. Y lo que también sé, como sabemos todos, es que entre nosotros tenemos a un teólogo, el padre Gustavo Gutiérrez, de tamaño universal, que reúne la virtud, en primerísimo lugar, la sabiduría meditada sobre el mensaje cristiano, el conocimiento y la experiencia del mundo en el que vivimos, el compromiso indesmayable con las causas justas, la disposición a escuchar siempre al otro y aprender de él, la lucidez para descubrir la verdad, la bondad y la belleza en donde ellas se encuentren, y, finalmente, la valentía necesaria para un emprendimiento del tamaño del que estamos tratando.

Que un papa renuncie es inusual en la historia de la Iglesia, como es inusual que un sacerdote de a pie sea elegido sumo pontífice. Pero la renuncia de Benedicto XVI, más allá de la lluvia de informaciones y especulaciones, se produce en tiempos en que la Iglesia ha perdido el paso. Y, cuando una institución pierde el paso, lo que se necesita como conductor es una persona que, con una legitimidad ganada a pulso, se atreva a pensar el mensaje y la vida cristiana en perspectiva innovadora y no solo sanadora. ¿Y por qué ese conductor no podría ser Gustavo?

Debo dejar, finalmente, constancia explícita de que no he cruzado sobre el tema una palabra ni con el propio Gustavo ni con su círculo de amigos y seguidores. Es más, hasta me atrevo a pensar que mi ocurrencia no será del gusto de Gustavo. Pero a lo que voy, más allá de la locura de proponer a nuestro teólogo como candidato al papado, es a la cordura que la Iglesia necesita para elegir a un papa que tienda puentes entre la actualidad y el mensaje cristiano.

2 comentarios:

  1. Creo que la institucionalización de las doctrinas terminan traicionándolas y Jesús ha sido sistemáticamente traicionado por su Iglesia Pero creo que hoy hay dos Iglesias la de Vida verdadera en Cristo y la del poder que ha claudicado ante las tentaciones que acosaron a Jesús en el monte. Quizás el P. Gustavo ó un Padre Gustavo, con su fuerza y su irreductible pureza y entrega podría marcar un cambio como lo hizo Juan XXIII, en medio del marasmo del poder que día a día traiciona el mensaje de Jesús, sería lo que millones desearíamos en hermosos sueños de una auténtica, profunda, comprometida vida cristiana.

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  2. No recuerdo si te contesté, pero coincido contigo y te cuento una anécdota, ahora que ya Gustavo no será papa. Envié, antes de la elección, mi artículo a La República, pero no lo publicó. Cuando G. celebró no recuerdo si sus 50 años de sacerdote y vino al Perú, siendo ya dominico, se le hizo un homenaje en la iglesia Santo Domingo, con una misa celebrada por él. En el templo no cabía un alfiler. A la salida, estábamos conversando Mirko Lauer, Joselo García Belaúnde, Toño Cisneros y yo. Se los acercó Luis Peirano, el hoy ministro de cultura, y nos comentó: "nunca he visto tanto ateo en una iglesia".

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